Para comprender la oratoria actual hay que comprender la oratoria en la Grecia clásica
Para comprender la oratoria actual hay que comprender la oratoria en la Grecia clásica. La leyenda dice que Hermes era una gran orador. Así lo define Procolo, el filósofo neoplatónico. Era tan admirada la figura de Hermes que el mito le lleva a la más tierna infancia, siendo capaz de hacer un triunfante discurso desde la cuna. Hermes es un ejemplo claro de la importancia que daban los griegos a la oratoria y persuasión.
En realidad, de la misma forma que para aprender a bailar es importante tener una formación clásica, para poder comprender la oratoria actual hay que conseguir esa base clásica. Y para ello hay que remontarse a la Grecia… clásica.
La oratoria griega
Para comprender este concepto debemos primero hablar de la retórica. La definición clara de retórica sería el conjunto de reglas que el orador debía dominar para conseguir fuerza, vigor y belleza en su exposición. El fin era conseguir agradar al público o al auditorio, y persuadirlo.
Era vital que un griego con cierto poder tuviera capacidades de oratoria porque en la democracia griega los ciudadanos debían hablar bien ante la Asamblea y Tribunales. Es más, en los juicios no había ni abogados ni fiscales, cada uno debía defenderse usando su palabra.
Una de las principales escuela era la de los sofistas, cuya principal misión era que hablasen de manera apropiada y convincente según las reglas del arte de la oratoria. Curiosamente, uno de los principales detractores de los sofistas fue Aristóteles, que pregonaba el uso ético de la retórica: no era admisible utilizar el arte de la oratoria para defender una mentira.
Los logógrafos
Cuando hay escuelas, dioses, filósofos… está claro que el siguiente punto es sacar provecho económico de todo esto. Llegado a este punto toca hablar de los logógrafos. La definición más básica sería: escritores profesionales de discursos.
Para los logógrafos, Aristóteles era una figura que seguir. De él extrajeron tres procedimientos que buscaban persuadir a un auditorio.
- El carácter moral. Debe determinar la credibilidad del orador ante el público. A día de hoy hablaríamos de la franqueza de expresión: no decir una cosa y hacer la contraria.
- La emoción: Debía generar en su auditorio un efecto favorable. Debía motivar a la acción a su público, y hacerlo de una forma positiva.
- La elocuencia: La capacidad que tiene el orador para la argumentación.
Para ello el discurso debía tener siempre la misma estructura:
- Introducción. El inicio era vital y debía conseguir la simpatía de los oyentes (o del tribunal). El establecer un terreno común o el uso de preguntas eran vitales para lograr una introducción efectiva.
- Narración. A continuación había que exponer los hechos.
- Argumentación. Datos, testimonios o argumentos que debían utilizarse para defender la tesis que se exponía.
- Conclusión. Era algo más que un simple resumen… si bien, la base era la misma: recapitular toda la información que se había presentado. El objetivo de esta recapitulación era atraerse de nuevo al auditorio o tribunal.
No obstante, para los logógrafos, lo importante era saber cual era el público al que se dirigían (ya que podrían conseguir una mayor remuneración). Básicamente había tres tipos de discursos dependiendo del tema o la ocasión:
- El que se hacía ante el tribunal.
- El que se pronunciaba ante una asamblea u órgano político.
- Solo se utilizaba en ocasiones solemnes y tenía dos fines: elogiar o vituperar.
Hay tres grandes logógrafos en la oratoria en la Grecia clásica: Lisias, Demóstenes e Isócrates. Otro día, hablaremos de ellos.
Autor: Omar Castellá
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